INVESTIGACIÓN: CUIDADORES QUE TRABAJAN EN CONTACTO CON ANIMALES SILVESTRES
La vida en la jaula
Los empleados de los zoológicos de Luján y Florencio Varela callan o dicen que no corren riesgo, pero un especialista denuncia que no cuentan con medidas de seguridad y afirma que “juegan a la ruleta rusa”. El año pasado dos animales mataron a sus cuidadoras, pero no cambió nada.

Un cartel de madera atado a los barrotes informa: “Los tigres de bengala son depredadores carnívoros que comen de 15 a 20 kilos diarios de carne de vaca o caballo”. Adentro de la jaula, entre 17 gatos gigantes, está Sergio, el encargado de los felinos del Zoológico de Luján. Parece ignorar el peligro que lo rodea. Cuando llegan extraños, infla el pecho y mira de reojo, como si buscara pelea.
Sergio: ¿Y, van a entrar o no?
Visitante: Pero, ¿no pasa nada?
Sergio (sonríe con el costado de la boca): Por ahora…
En la jaula, mientras las personas se retuercen de miedo y empiezan a arrepentirse de su decisión, un tigre macho pasa, mira con sus ojos amarillentos y resopla. Sergio exhala de forma rápida y corta. “Eso es un saludo, un código que tenemos”, comenta.
Carlos Fernández Balboa, museólogo y especialista en zoológicos de la Fundación Vida Silvestre, sostiene que “los cuidadores del Zoo de Luján son ignorantes que juegan a la ruleta rusa bajo un riesgo latente de ser atacados”. Sin embargo, también denuncia que, en la Argentina, “los zoológicos funcionan mal y, como no se toman medidas de seguridad, la profesión de cuidador de animales es más riesgosa de lo que debería”.
Un zoológico ideal debería ocuparse de 4 aspectos, que el licenciado en museología ordena del más al menos importante: conservación, investigación, educación y recreación. “En la Argentina se persiguen sólo fines económicos y esto pone todo al revés: se le da relevancia al divertimento y no se invierte en lo demás. Por eso, los que trabajan con animales tienen la desventaja de ser individualidades que no son contenidas por un plan estructural”, afirma.
Los intocables
Cuando hablan sobre tigres y leones, los cuidadores del Zoo de Luján repiten como loros: “Los criamos con los perros para que no desarrollen su instinto asesino y cuando crecen son tan mansos que los sacamos a pasear con correa”.
Para Fernández Balboa, “pensar que se puede convertir a un animal silvestre en doméstico es una barbaridad que no resiste el menor análisis”. Gustavo Torres, especialista en bienestar y entrenamiento animal del bioparque Temaikén, el lugar señalado como el más avanzado en cuanto al manejo seguro de animales, explica que los trabajadores del zoológico de Luján “están jugando al filo de la navaja, porque las especies silvestres tienen un instinto asesino contenido que puede dispararse en cualquier momento”. “¡Movés una mano mal y sos historia!”, sentencia.
El Zoo de Luján se publicita en folletos, carteles y su portal de Internet, como “El único que permite contacto directo entre el público y los animales”. Por esta infracción a la ley provincial 12.238/98 o “Ley de Zoológicos” (en su Decreto reglamentario Nº 2308), el lugar recibió numerosas denuncias y fue clausurado dos veces. A pesar de que la legislación fue modificada en 2001 para su “actualización y mejoramiento”, no se incluyó un paquete de medidas de seguridad para los cuidadores de animales.
En realidad, el establecimiento no está Luján, sino en General Rodríguez. La imprecisión responde al marketing, ya que hace años existió un Zoológico de General Rodríguez con muy mala fama. Allí, murió una mujer porque un elefante le pisó la cabeza y un oso le arrancó el brazo a un chico. A pesar del cambio en la denominación, Fernández Balboa indica que “el nuevo parque ubicado en General Rodríguez funciona de la misma forma y es muy parecido a su antecesor”.
Como ellos mismos cuentan, la gran mayoría de empleados del zoológico son de la zona y comenzaron a trabajar en el lugar “por necesidad más que por elección”. Llegaron sin ninguna idea previa sobre el oficio, pero el dueño, Jorge Alberto Semino, los instruyó desde su particular mirada.
No tienen seguro, ni uniformes especiales, ni mecanismos sistemáticos de seguridad, y todos dicen estar convencidos de que el método para domesticar animales salvajes es totalmente eficiente. Algunos hasta sostienen que su trabajo es tan riesgoso como el de “un actor de teatro”. Sin embargo, en la práctica se notan algunas fisuras en el discurso.
Nati, una menor que trabaja allí hace casi dos años, se muestra muy segura para invitar a los visitantes a meterse en las jaulas de los animales más peligrosos, pero reconoce que ella no entra “ni loca” porque le da “cosa”. También admite que “los leones se ponen violentos cuando los chicos que entran les tiran de los pelos”.
Los elefantes, que el experto de Temaikén califica como “los más destructivos”, están en un gran espacio delimitado por una soga finita que, al lado de los gigantes paquidermos, da un poco de gracia. Sin embargo, los ejemplares tienen gruesas cadenas atadas a sus tobillos. “Se las ponemos porque cuando hay truenos se asustan y se lastiman”, explica, inseguro, su cuidador. Más tarde reconocerá que “si no tuvieran las cadenas romperían todo”.
Otro empleado, que lleva los cajones con carne a las jaulas de los leones y tigres, cuenta que los cuidadores terminan su día con heridas provocadas por los animales. Sergio, el encargado de felinos, no lo niega: “Me lastimaron muchas veces mientras jugábamos, porque son fuertes y grandes. Además, para ganarme su respeto tuve que enfrentarlos desde chicos. Si ellos supieran lo que me pueden hacer, tendría que trabajar de otra cosa”, reconoce.
Hay que aclarar que no se conocen accidentes producidos en el lugar, pero Fernández Balboa manifiesta que “seguramente existieron muchos, que no tuvieron prensa o no se dieron a conocer”. Una fuente muy ligada al área de zoológicos nacionales cuenta que los empleados del lugar son “arreglados” para callar ante cualquier contingencia.
¿Cómo es que el lugar sigue abierto? Por lo bajo, se dice que a Semino “lo banca (Eduardo) Duhalde” y que gracias a eso es un “intocable” en la provincia de Buenos Aires. “Posiblemente caiga por no pagar impuestos, como Al Capone, pero lo que hace con los animales es horrible”, se lamenta Fernández Balboa.
El experto de la Fundación Vida Silvestre se niega a decir que el de Luján es un zoológico, ya que “no cumple con las funciones de conservación, educación e investigación”. “Es un ejemplo del antizoológico, del mamarracho, de la tercera dimensión del mascotismo y de toda la cosa horrible que debe ser erradicada”, sostiene.
Ningún secreto
Los zoológicos de Florencio Varela y Luján se parecen, porque ninguno ofrece condiciones de seguridad para sus trabajadores.
El martes 10 de abril de 2007, a las 17:30, Melisa Noelia Casco, una cuidadora de 19 años del Zoológico de Florencio Varela, entró en la jaula de los osos hormigueros gigantes para alimentarlos. Ramón, uno de los animales, la atacó y le produjo numerosas heridas que dos días después ocasionaron su fallecimiento.
Lo paradójico del accidente es que ocurrió en el zoológico fundador del Proyecto Conservación del Oso Hormiguero Gigante, que se jacta de ser el centro nacional para “criar la especie en condiciones controladas y generar un programa de investigación y educación.” El Artis Zoo de Holanda y el EEP (Programa Europeo de Especies en Peligro), aportaron fondos para la iniciativa que, en uno de sus puntos, incluye la “capacitación especial de los cuidadores/educadores que participen del proyecto”.
Todos los caminos del Zoo de Florencio Varela conducen a un edifico central, que tiene alrededor un gran terreno cercado y una escultura de veinte metros que representa a un típico oso hormiguero. Se accede a la construcción por puentes colgantes y adentro hay una sala moderna con pantallas de plasma que muestran documentales dedicados a la especie, juegos interactivos para “aprender más” y una placa de acrílico con agradecimientos en la que se menciona a la cuidadora muerta (“Para MELISA CASCO, nuestro eterno recuerdo, de sus compañeros del Zoo”).
“Mirá, esos son los osos malos que mataron a la chica”, dice una señora a su nieta, que se asusta y se va corriendo. Muchos de los que llegan a la jaula de los osos hormigueros hacen comentarios parecidos, como si el accidente hubiera funcionado como una publicidad para atraer visitas.
Un empleado cuenta que, por orden del dueño del lugar, Claudio Quagliata, todo lo relacionado a la muerte de Casco “es un secreto del que nadie puede hablar”. Cuando se le pregunta a un cuidador qué medidas se tomaron luego del accidente, responde: “Y… cambiaron de jaula a Ramón”.
Efectivamente, el animal que mató a la chica está lejos de los otros osos, en uno de los bordes del zoológico. Su nueva celda se divide en dos compartimientos, lo que permite encerrarlo de un lado y no tener contacto directo para dejarle comida y agua.
En su prisión, Ramón se mueve nerviosamente de un lado para otro y le gruñe a la gente. Hay un cartel con letras rojas que invita a “NO TOCAR”. “Siempre fue violento y no se tomaron precauciones”, señaló Cecilia Dominich, ex cuidadora del animal, horas después del ataque a Casco.
Dos meses después del accidente, otra cuidadora fue asesinada por un yaguareté en el zoológico de Saenz Peña, en la provincia de Chaco. Pero las muertes de cuidadores de animales en zoológicos no son un fenómeno local ya que, tan sólo en los primeros 6 meses de 2008, una pitón se comió a su cuidador en Venezuela, un jaguar asesinó a otro en Denver y un tigre hizo lo mismo en Japón.
Por mail, Jean Schoch, director del zoológico mejicano de Chapultepec y famoso en Latinoamérica por sus 54 años de trabajo con especies silvestres, responde que “los accidentes ocurren por subestimación del animal”. “Para lograr seguridad, primero los cuidadores y los dueños de los zoológicos tienen que tomar conciencia de que trabajar con animales implica poner en riesgo la vida”, afirma.
Gustavo Torres, experto de Temaikén, explica que su parque se rige bajo las Normas Internacionales de los Zoológicos Modernos, “técnicas que se desarrollaron para evitar el contacto directo con animales y reducir el número de accidentes”. “No invadimos al animal. Usamos áreas de seguridad que nos permiten guiarlos con señas y alimentarlos o sacarles sangre por una ventanita”, explica.
Para el especialista de la Fundación Vida Silvestre, “todos los zoológicos son un gran negocio, aunque hagan las cosas bien o mal, y tomar medidas de seguridad sólo depende de decisiones económicas y políticas”. “Debería surgir una normativa que determine pautas específicas de manejo y capacitación para los cuidadores”, reflexiona.
“Todo depende de la mano del hombre. Se puede trabajar de forma segura”, argumenta Torres, de Temaikén. El museólogo Fernandez Balboa está de acuerdo, pero advierte: “A pesar de la muertes de cuidadores, no cambió nada, y un accidente fatal puede volver ocurrir en cualquier momento”.