ENSAYO La autobiografía y la posibilidad de la ficción

Jerry Seinfeld es el creador y protagonista de “Seinfeld”, una de las series cómicas más vistas en los Estados Unidos durante los años 90´. La ‘sitcom’ es, de alguna forma, una especie de autobiografía de su creador. Así la historia nos lleva por la vida de un joven cómico de Nueva York que, junto con sus amigos, atraviesa las situaciones mas disparatadas. Sin embargo, ese disparate y excentricidad se da en el marco de la vida cotidiana. Es decir, algunas situaciones relatadas son la pérdida de un auto en el estacionamiento de un shopping, la exasperación mientras se espera por una mesa en un restaurante, un cocinero “nazi” que hace la mejor sopa de la ciudad pero discrimina y hecha a sus clientes si hacen algo que no le gusta, etc. Es decir, dentro del marco de lo habitual, se narran cosas de una forma en la que aparecen como extraordinarias o emocionantes. La cuestión es que Seinfeld termina cada episodio con un monólogo de stand up y hay uno en especial que viene al caso de lo que más adelante analizaremos. En este monólogo juega entre su personaje de la ficción y su persona real, y se dirige a la audiencia reunida en un pequeño café armado para esta parte final del programa: “¿Realmente se están tragando esto? ¿Ustedes creen que mi vida real es así de emocionante? ¿Piensan que una cámara que me siga todo el día registraría solamente momentos extraordinarios? ¿Creen que mi vida va de una situación hilarante a la siguiente? Por favor, piensen de nuevo, señoras y señores.”
El ejemplo televisivo de Seinfeld nos sirve para empezar a buscar una respuesta a la siguiente pregunta: La autobiografía, ¿es un género referencial o ficcional?
Según Jerome Brunner, en “La fábrica de historias”, la ficción se alía con la vida. “Hace falta una aparente fractura en el terreno de lo habitual para hacer que eche a andar la rica dinámica de la narrativa”, afirma. Esta idea me lleva a pensar en el punto de partida de alguien que escribe, más allá de que sea una autobiografía o no. Si nos remontamos a ese punto originario, veremos que siempre hay algo que “merece” ser contado. Antes del primer trazo de letra o tecleo, surge esa necesidad de entender por qué se cuenta algo. Obviamente esto tiene que ver con un pensamiento dedicado al lector de ese escrito. Y ese algo que merece ser contado podría residir, justamente, en el quiebre de lo habitual, tal como lo dice Brunner. O sea que algo en el relato debe ser extraordinario, especial, distinto.
Sin embargo, este punto tiene sus particularidades dentro del mundo de la autobiografía. Este género se supone aparentemente referencial. Es decir, se escribiría en referencia a hechos ocurridos en el plano de la verdad real. Entonces, una persona decide contar su vida, la historia de su vida. Ahora, todos sabemos la gran complejidad y magnitud que puede significar un trabajo que busque incorporar cada detalle de la vida. Desde el comienzo, sabemos que habrá una selección, un poco conciente y un poco inconsciente, de lo que se va a contar. Aquí podemos ver como el concepto de referencia, en tanto mimesis, empieza resquebrajarse. Sin embargo, una hipótesis ad hoc podría decirnos: “Ok, hay una selección que implica que algunas cosas queden dentro y otras queden fuera del relato, pero lo que queda dentro es totalmente referencial”. Para adentrarnos más en la posibilidad de que la ficción forme parte de la autobiografía, podemos volver al punto inicial, a ese “algo” que merece ser contado. Debemos regresar y pensar por qué una vida es narrada. ¿Qué tiene de especial? Seguramente todos estamos de acuerdo en que todas las vidas son distintas. Es decir inclusive dos jóvenes argentinos de la misma edad, que van al mismo colegio y al mismo curso, tendrán muchas cosas en común, pero también tendrán una inmensidad de diferencias. Lo común podría identificarse no sólo en estos dos jóvenes sino en todas las vidas. Es decir, una autobiografía que diga “nací, estudié, trabajé y logré una familia con 2 hijos y una esposa”, no está diciendo nada, por lo menos dentro de esa corta oración. Es decir, está diciendo algo, pero se trata de lo común, lo habitual en la vida de muchísimas personas. La autobiografía, pienso, debe desafiar la uniformidad de la vida; debe sobrepasar la generalidad porque su terreno es la particularidad. De otra forma, la autobiografía podría ser intercambiable entre un gran número de personas y daría igual. Al contrario, debe ser capaz de crear identidad. Sino podría pasar que uno pueda comprar su autobiografía en cualquier kiosco de revistas, sin necesidad de escribirla.
El escape que permita la creación de identidad podría tener que ver con la alianza entre la ficción y la vida, que propone Brunner. “Una de las características estructurales del lenguaje es la por algunos llamada referencia a distancia: la capacidad de expresiones lingüísticas de referirse a objetos que no están presentes aquí y ahora. Una segunda característica es la arbitrariedad de la referencia, que tiene el efecto de liberarnos de las obligaciones más imperiosas de la pura mimesis: los signos no deben parecerse necesariamente a su referente.”, escribe el autor. Con estas palabras empezamos a pisar un suelo más firme en cuanto a la posibilidad de la autobiografía.
Evidentemente, el género que se ocupa de construir la historia propia debe mantener la veracidad de una forma estructural. Sin embargo, la construcción de nuestra propia identidad será subjetiva ya que no será siempre contrastable empíricamente. Estará atravesada por una serie de cuestiones y finalmente permitirá reelaborar la propia vida y hasta el pasado.
¿Qué interviene en la construcción de la propia identidad? Antes que nada, aparece un escritor que se ve a sí mismo de determinada manera y relata los hechos que elige de acuerdo a esa óptica personal, que no necesariamente tiene que ver con una verdadera referencia, sino que es más bien verídica y subjetiva. En este proceso es imposible no hablar de la memoria humana. Recordemos que nuestra memoria no almacena cada instante de nuestra vida sino que recuerda lo significativo. Los recuerdos tampoco aparecen puros sino que son deformados por nuestra sensibilidad y percepción singular de los eventos. Podríamos decir que hay un proceso de selección y deformación natural que escapa a nuestro control. Además, esta imagen de uno mismo tendrá que ver inexorablemente con lo que el escritor quiere que se sepa de él. Para eso siempre se tiene en cuenta un destinatario que mediatizará en esta puja por crear una identidad. Así, seguramente uno evitará contar, por ejemplo, alguna participación en una orgía masiva si la autobiografía está pensada para las abuelas y el ámbito familiar. Sin embargo, esos recuerdos sexuales podrían ser llevados al extremo si al escribir se piensa en el grupo de amigos de toda la vida como destinatario. Es decir, la idea de que la vida entera se transforme de forma pura e inmaculada en signos lingüísticos, aparece por lo menos amenazada. Como vimos, ese proceso podría darse por causas que tienen que ver con la naturaleza del ser humano pero también apuntarían a crear deliberadamente algo que merezca ser escrito y funcione narrativamente.
En mi autobiografía yo creé una determinada identidad de mí persona. Seguramente fue influenciada por el contexto de presentación personal en el que estaba enmarcado el trabajo. Por ejemplo, leyendo mi trabajo puedo darme cuenta que hice varias menciones a una relación estrecha con el rock:
“Las nuevas generaciones de argentinos retomamos a los Beatles, los Rolling Stones y Bob Dylan (¿alguna vez se habían ido?) mucho de que aparezcan en alguna remera cool de Palermo Hollywood. Este regreso llevó a buscar las letras de los temas en inglés para entender el significado de las canciones que sonaban en la cabeza todo el día. Tengo pegada en la pared, una foto que me recuerda la vez que pude cruzar la real Abbey Road, justo como los Fabulosos Cuatro lo hicieron para retratar un maravilloso conjunto de canciones. Pensar que practiqué ese mismo cruce de calle en cada viaje al interior ante la incrédula mirada de gauchos o coyas, indiferentes frente a una de las portadas mas conocidas de la historia del rock.”
Este párrafo tiene una serie de cuestiones que podrían servir para dar cuenta de cierta ficcionalización en el proceso autobiográfico. Por empezar, hablo de “las nuevas generaciones que retomamos a los Beatles..etc” y así me incluyo dentro de determinado grupo social al que pertenezco. Se ve claramente que la frase está dirigida a mis compañeros de Taller de Expresión, que tienen mi misma edad y, seguramente, un conjunto de valores comunes. Por otro lado hablo de una foto mía cruzando Abbey Road como lo hicieron los Beatles y, aunque esa foto existe, no está pegada en la pared como escribí, sino que esta perdida en algún cajón, doblada y dejada de lado. Además narro como practiqué ese mismo cruce de calle en mis viajes colegiales “ante la incrédula mirada de gauchos y coyas”. Es cierto que practiqué esa posición de foto junto a mis amigos, pero la escena del gaucho o coya estupefacto nunca ocurrió, sino que posiblemente está sacada de mi memoria sobre otro evento. De hecho, esa escena ocurrió no en mis viajes, sino en la presentación que el ex presidente Carlos Menem hizo de una supuesta plataforma espacial en la provincia de Córdoba. Mientras yo sacaba mis fotos pasaban gauchos por detrás, pero más que estupefactos eran indiferentes.
Entonces podemos ver como creé una determinada identidad rockera que es veraz pero está ficcionalizada. La anécdota del gaucho agrega un poco más de color y humor a algo real, y la idea la foto pegada en la pared lleva a pensar una cercanía con la imagen, que no es tal. Sin embargo, lo interesante de la cuestión es que escribí esto pensando que se trataba de cosas totalmente ciertas. Sólo con una lectura detallada pude darme cuenta de los desvíos.
Por otro lado, puedo notar que utilicé la concepción general de las etapas históricas para definirme como individuo.
“Quizás (hoy me pregunto) estábamos penetrados por una ideología extraña como fue “el menemismo”, “los noventa”, “el neoliberalismo”, “la fiesta”: Miami, autos BMW, el aroma de perfumes Polo Ralph Lauren, Nintendo, ketchup Heinz, Cuarto de libra con queso o Mc Royal, Puerto Madero, personal trainers, los desfiles de Giordano y otras postales de un tiempo que fue tan rápido como nebuloso.”
Definitivamente utilicé el estereotipo de los noventa para crear un vínculo con el lector. Es decir, reduje toda una etapa de la vida a una serie de cuestiones que no necesariamente tienen que ver con mi vida, en tanto referencia real. Digamos, los autos BMW no pasaron ni cerca de mi casa, pero con esto puedo reflejar el espíritu de cierta clase dominante (no era mi caso). Por otro lado, nunca fui a un desfile de Giordano ni vi videos más que en publicidades de tele, ni tampoco tuve ni quise tener personal trainers y mi núcleo de conocidos tampoco. Sin embargo, estas cuestiones forman parte de determinada visión esteriotipada de una época que da la sensación de veracidad. Es posible que el marco de los años noventa haya incluido este tipo de cosas y yo viví dentro de ese contexto. Pero los detalles no tienen una relación directa con mi vida. Sin embargo, la utilización de determinadas marcas distintivas dan una sensación de singularidad, de una visión particular de aquella época. Este recurso además construye cierta mirada trillada pero crítica de una época. Es decir, sobre ese período se esta criticando la superficialidad extrema, el culto a la riqueza sin fronteras y a las culturas extranjeras.
Por otro lado, hay escenas que, dentro de mi autobiografía, aparecen de una forma en la que no sucedieron.
“Cuando era chico pensaba que para este año ibamos a vivir en Marte con autos voladores”, se lamentaba mi abuelo mirando al cielo y tomando su tradicional mate.”
Es cierto que mi abuelo dijo esa frase, que es un gran tomador de mate y que alguna vez miró al cielo. Sin embargo, todas esas acciones no sucedieron al mismo tiempo y en el mismo lugar como parece indicar el texto, sino que han sido construidas de forma ficcional para esta autobiografía.
Además, la selección de hechos omite detalles muy importantes que definen mi vida y personalidad, como el hecho de que tengo novia hace 5 años. ¿Por qué habré omitido eso? No lo sé, pero ciertamente me doy cuenta que contradeciría el aspecto rokero que mostré y que también existe. También podría decirse que en el colegio no solamente “me aflojaba la corbata en señal de rebeldía”, como escribí, sino que también que era un estudiante aplicadísimo, detalle que no conté. Es decir, evidentemente hubo una selección y una forma de contar los hechos que actuaron en determinada dirección, mediatizado esto por la propia concepción de identidad, el contexto de exposición y los juegos de la memoria.
Entonces, ¿mi autobiografía podría considerarse como una fiel referencia de mi vida? Diría que es una referencia que utiliza elementos de la ficción para constituirse como relato. Si hoy reescribiría una autobiografía sería totalmente distinta y la conformación del Yo variaría inexorablemente.
Podría decir, después de estas reflexiones, que la ficción interviene en la autobiografía y sirve a la creación de la identidad de una persona. La ficción permite elaborar el pasado y los valores más profundos de una persona desde su concepción personal y subjetiva. No resta sino que suma. Ayuda a develar las particularidades de una persona y, principalmente, su visión y noción de sí mismo. Según Brunner, improvisamos en el modo en que hablamos de nosotros mismos. Yo siento que al escribir una autobiografía, nos manifestamos en lenguaje. Nuestra identidad no se cuenta sólo en los hechos literales que contamos sino en su selección y ficcionalización. En ese proceso también volcamos parte de nuestro YO y, pienso, este proceso es el más verdadero que puede existir porque revela aspectos de nosotros mismos que, quizás, hasta puedan sorprendernos.
Pensar la ficción como parte de la autobiografía es desafiar al lector a intentar detenerse en elementos que no solamente están en la superficie. Para crear la historia que conforma nuestra identidad, nuestra particularidad dentro de la generalidad, utilizamos la ficción para articular y potenciar el relato que estructuralmente se mantiene como referencial.
La ficción permite generar una historia de vida profunda y personal. Creo que ayuda ha encontrar y explotar esos quiebres de lo habitual que permiten generar un relato. Ciertamente da posibilidades al texto y ayuda a construir esa historia compleja, multicolor y especial, que lleva una identidad entre sus letras.