miércoles, 19 de noviembre de 2008

Una mirada a la autobiografía “Chronicles, Volume One”
Bob Dylan en pantuflas






Ni John Winston Lennon lo sabía. De hecho, en su tema “God” dedicó un verso a decir que ya no creía en Bob Dylan (ídolo de su juventud) refiriéndose al músico como “Zimmerman”, ya que se creía popularmente que aquel era su apellido real. Pero en su autobiográfico libro “Chronicles, Volume one”, Dylan aclara, entre muchas otras cosas, que en su documento figura como “Robert Allen”. “Lo único que sé de Bobby Zimmerman es que fue un hombre que murió en 1964 tras girar en U con su bicicleta”, ironiza la leyenda de la música Folk y Rock.
Con un valor de 19 dólares por copia, Dylan lanzó “Chronicles” al mercado en el 2004 y la obra fue Best Seller en Estados Unidos. En este primer volumen narra un ascenso artístico que comenzó cuando se escapó de su casa judía en el Lejano Oeste para conquistar Nueva York con su guitarra acústica y posteriormente alcanzar fama mundial.
“Nueva York era una red demasiado compleja y mi intención no era entenderla. Sólo quería tocar folk”, recuerda el autor de “Positively 4th Street”. Con descripciones frondosas y vocabulario preciso, Dylan narra su vida en los bares under, dónde tocaba temas de otros autores que admiraba, como Woody Guthrie, “por una hamburguesa con queso”. “Componer canciones no fue fácil porque quería hacer temas más grandes que la vida”, confiesa.
Pero pasó tiempo y el grado de atención cambió. “Llegó la fama y a mi no me importaba nada por fuera de mi familia”, admite. Esto resulta extraño porque hablar de Dylan es hablar de un músico recordado por su estrecha participación en la juventud libertaria e incendiaria de los 60…¿o no?
Contradiciendo leyendas, Allen recuerda que el movimiento revolucionario formado por los jóvenes de ayer lo había tomado como un líder a seguir, muy a pesar suyo. “Hacían manifestaciones en mi casa esperando ver al Principe de la Protesta, el Gran Camarón de la Rebelión, el Duque de la Desobediencia, el Alto Cura de la Protesta, el Gran Queso. Pero yo era sólo un músico y no me interesaba”, argumenta el cantautor. De hecho, Dylan relata que decidió no ir a Woodstock ya que “la cosa estaba muy pesada y hasta cargaba una pistola encima para defender a mis hijos”.
En esta primer parte de su autobiografía, Dylan se saca las botas y se pone las pantuflas para contar, con detalle obsesivo, la historia de un tipo común y corriente con una capacidad artística descomunal. Leerlo inspira, una vez más, aquella sensación muy bien supo describir Keith Richards, violero de los Rolling Stones: “A Bob le lavaría los platos después de cenar”.

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